El cuerpo adopta de forma automática el modo de andar que ahorra más energía, según un estudio
Cuando Antonio Machado decía aquello de que se hace camino al andar quizás no contaba con que ese ejercicio de locomoción es toda una obra maestra de la «ingeniería» del cuerpo humano. Implica la contracción coordinada y secuencial de miles de fibras musculares situadas en las extremidades, en los glúteos o en la espalda. Depende de un precario equilibrio y de un movimiento que se parece a la vez a la acción de un muelle y al de un péndulo.
De hecho, lo cierto es que el camino hace la forma de andar. Son todos y cada uno de los miles de pasos que dan las personas los que van moldeando su característica, y única, forma de caminar. Según han estudiado los científicos durante años, además de ser peculiar, nuestra forma de andar tiende a ser lo más «vaga» posible, ya que trata de minimizar la energía que se consume al encadenar los pasos. Intrigados por este asunto, un equipo de investigadores ha descubierto que el cuerpo humano es capaz de adaptar los pasos de forma automática y en cuestión de minutos para ahorrar energía. Sus conclusiones han sido publicadas hoy en la revista «Current Biology».
«Hemos mostrado que las personas cambian su forma de caminar al momento para ahorrar pequeñas cantidades de energía», ha explicado a ABC Jessica Selinger, la directora del estudio e investigadora en la Universidad Simon Fraser, en Canadá. «La mayoría de nosotros prefiere hacer las cosas de la forma más cómoda posible, como cuando escogemos el camino más corto o nos sentamos en vez de quedarnos en pie. Nosotros ahora ofrecemos pruebas fisiológicas de que, en el caso de la acción de caminar, el sistema nervioso está controlando el uso de energía y optimizando los patrones de movimiento para ahorrar energía».
Para llegar a esta conclusión, los investigadores usaron un exoesqueleto capaz de oponer resistencia a los pasos. Gracias a él observaron que cuando se aumentaba el esfuerzo que la persona tenía que hacer, apenas pasaban unos minutos hasta que la frecuencia de las zancadas se ajustaba al esfuerzo que tenía que aplicar: «Usamos exoesqueletos robóticos para para crear nuevos escenarios energéticos y probar si los sujetos que caminaban ajustaban sus pasos a un óptimo energético», escriben los autores en el artículo. Pero, si es cierto que la frecuencia de los pasos cambia en función del esfuerzo, ¿hay alguna relación entre la frecuencia de las zancadas y el gasto energético que supone caminar?
Zancadas cortas o largas
Según sus datos sí. Despúes de establecer un modo de «penalización alta», en el que costaba más trabajo caminar, observaron que el que consumo energético era superior con zancadas más rápidas que con las cortas, mientras que en el escenario contrario, con un modo de «penalización baja», en el que era fácil caminar, pasaba exactamente lo contrario. Entre ambos extremos, descubrieron que había una frecuencia de pasos que minimizaba el gasto energético y que las personas adoptaban de forma instintiva. Pero, ¿cómo consigue ese «instinto» adaptarse y optimizar la frecuencia de la zancadas?
«Es una buena pregunta», responde Selinger a través de un correo electrónico. «El cuerpo resuelve muy rápidamente un complejo problema de optimización. Podría ser que nuestro sistema nervioso buscase de forma rápida la combinación óptima de velocidades, frecuencias y actividades musculares. O podría ser que detectase un descenso en el gasto energético, o podría ser que dependiera de la experiencia. No lo sabemos aún, pero estamos intentando averiguar si alguno de estos mecanismos actúa».
Sea como sea, los investigadores averiguaron que el cuerpo está constantemente evaluando la optimización de sus movimientos, y que al hacerlo consigue ahorrar pequeñas cantidades de energía (de alrededor del 5%). Sin embargo, esta respuesta parece ser importante, porque, según dice, a medida que el cuerpo cambia también varía la forma de moverse. «Esto permite mantener los movimientos cerca del óptimo energético, y ayuda a la gente a adaptarse a terrenos que cambian, compensar heridas, sobrellevar déficits motores o aprender nuevas tareas», concluye Selinger. Todo un conjunto de ases en la manga que los ingenieros de robots estarían encantados de poder usar.
Fuente abc.es