La técnica para caminar
Partiendo de que debemos desplazar nuestro peso corporal con el menor esfuerzo posible, ejerceremos movimientos suaves y que nos resulten agradables.
Para ello pondremos, en primer lugar, el tronco erguido y los hombros relajados (si los curváramos sólo conseguiríamos disminuir la velocidad y caminar de forma poco armoniosa).
La cabeza (que condiciona toda postura) se pondrá de forma que parezca una prolongación de la columna. Los músculos del rostro estarán relajados, y miraremos siempre al frente y a unos dos metros del suelo.
De la misma forma que la columna y la cabeza se mantienen alineadas, la pelvis deberá ser una continuación de ambas. Para ello la colocaremos en una posición intermedia; ni adelantada ni atrasada respecto a la columna. Al caminar notaremos que la pelvis se mueve hacia los lados; este movimiento la hará más ágil y además mantendrá ejercitada la cintura.
Frecuencia del número de pulsaciones de entrenamiento de 20 a 70 años
Los brazos, que acompañan el movimiento de las piernas, se moverán paralelos al cuerpo. El movimiento de los brazos permite acelerar el paso y hacer más libre la andadura, así como ejercitar una amplia variedad de músculos. En el movimiento hacia delante, el brazo no sobrepasará la altura del pecho, en tanto que en el dirigido hacia atrás la mano llegará a la altura de la cadera.
Y cuanto más rápido sea el ritmo, más flexionados estarán los codos. Por lo que respecta a las manos, estarán relajadas (igual que los dedos y la muñecas).
Las piernas no estarán ni tensas ni excesivamente relajadas –deberíamos sentir una agradable sensación de tonicidad muscular– y en cuanto al movimiento, en ningún momento alargaremos el paso más de lo normal.
Por último, hablaremos de los pies. Éstos deben arquearse por completo en cada paso; empezando por el talón y acabando por la punta. Los dedos deben marcar la dirección de la caminata y, por tanto, dirigirse siempre al frente, pero aun así no debemos obsesionarnos y adoptar la costumbre de caminar mirando al suelo.
La respiración y el ritmo cardíaco
La respiración está estrechamente ligada al latido cardíaco, puesto que ambos siguen el mismo ritmo: un corazón que late más rápido incita a la respiración a hacer lo mismo, y cuando reducimos el ritmo de la respiración tranquilizamos un corazón desbocado.
Para encontrar el ritmo cardíaco que más se adecua a nuestra condición física debemos atender a la cantidad de calorías que quemamos sin fatigar en exceso el aparato cardiovascular. El número de pulsaciones de nuestro corazón es un buen medidor de la intensidad del ejercicio físico que estamos realizando y, por tanto, de la cantidad de calorías que estamos quemando.
En función de la edad, el sexo, la condición física y la constitución, el corazón presenta en reposo una frecuencia de 60 a 80 pulsaciones por minuto.
Durante la realización de un gran esfuerzo físico esta frecuencia puede llegar a triplicarse, a la vez que aumentan la profundidad y la velocidad de la respiración.
Cuando no se practica ninguna actividad física cualquier esfuerzo acelera el pulso; en cambio, gracias al entrenamiento el ritmo cardíaco se mantiene regular durante más tiempo y bajo esfuerzos más intensos.
Diversos estudios han permitido establecer la frecuencia cardíaca a la que una persona debería entrenar su resistencia de forma saludable. La fórmula que permite averiguar el número ideal de pulsaciones durante el entrenamiento es la siguiente: (220 latidos - edad) x 75. Si queremos averiguar la frecuencia a más y menos intensidad de entrenamiento, sólo tenemos que multiplicar por 60 y 80 respectivamente.
Via bienestar.doctissimo.es