Caminar es una de las mejores formas de conservar la flexibilidad y la tonicidad de ligamentos, músculos y tendones que tienden a endurecerse por la vida secundaria y el transcurrir de los años. Así, los problemas de espalda y de articulaciones encuentran un alivio eficaz, como también se previenen futuras lesiones.
Por otro lado, el metabolismo también resulta beneficiado: aumenta su capacidad para producir energía, se consumen mejor los depósitos adiposos y se ayuda a eliminar el exceso de peso. Y si caminamos en cualquier época del año, tenderemos a hacernos inmunes a gripes y resfriados, ya que los diferentes estímulos térmicos mejorarán nuestra capacidad natural de reacción.
Caminar es una de las formas más eficaces de combatir el estrés y sus síntomas: ansiedad, tensión, nerviosismo, insomnio, palpitaciones...
Además, tampoco hay que desdeñar el componente estético, ya que caminar reafirma las piernas, combate la celulitis y supone un importante consumo de calorías (caminar de forma moderada quema quinientas calorías a la hora, y el doble a paso rápido o subidas).
Para caminar no es necesario ningún tipo de aprendizaje. Ahora bien, para que tenga un efecto real en el plano cardiovascular no basta con poner un pie delante del otro alternativamente: para obtener todos sus beneficios hay que llevar un buen paso.
Se empieza con un tiempo de calentamiento, durante el cual se «sueltan» las piernas y se toma conciencia de la amplitud de los movimientos respiratorios. Al cabo de cinco o diez minutos se aumenta el ritmo. La frecuencia cardíaca tiene que aumentar, aunque sin sobrepasar las 120 pulsaciones por minuto.
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