Andar Descalzo

miércoles, 9 de noviembre de 2011 · Posted in

1. - El más natural y sencillo de los ejercicios fortificantes es andar descalzo; operación que puede practicarse de muy diversas maneras, según los diferentes estados y la edad de las personas.

Los niños de corta edad, que no pueden valerse aún por sí mismos ni saben andar, deben llevar siembre los pies descubiertos. ¡Ojalá que me fuese dado grabar este principio en el corazón de todas las madres, de tal modo que la observasen como regla invariable de vida! A lo menos que los padres extraviados por preocupaciones, si no quieren ajustarse a esta norma, tengan piedad de sus inocentes pequeñuelos y les pongan un calzado ligero que no impida, por completo, la corriente del aire.

Por lo que hace a los niños que ya se han soltado a andar, saben mejor que nadie lo que tienen que hacer en este particular; y, sin consideraciones de ninguna especie, arrojan a un lado los molestísimos zapatos, juntamente con las medias, y se juzgan felices cuando, especialmente en primavera, se les deja corretear descalzos. La sangre que a veces brota de los pies no les arredra y a lo sumo si les decide a ponerse, por breves instantes, los aborrecidos zapatos. Los niños, al obrar así, obedecían a un impulso instintivo y natural, del que los viejos nos dejaríamos llevar a veces, si la refinada civilización, que todo lo mistifica y trastorna, no hubiese desterrado el buen sentido de casi todas las prácticas de la vida.

Los hijos de los pobres, con su gran libertad de acción, llevan en esto notable ventaja a, los hijos de los nobles y ricos, que de buena gana imitarían ese naturalismo de la vida. Algunas veces tuve ocasión de observar este hecho en los hijos de un alto empleado. No bien se creían los pequeñuelos libres de la severa vigilancia del papa, arrojaban al aire los finos zapatitos y las lindas medias de colores y se lanzaban a la carrera por la mullida hierba. La madre, mujer de buen sentido, presenciaba, con cierto placer, el jolgorio de los pequeños; pero si, por acaso, el padre los atrapaba en tan indecoroso ejercicio, largábales un largo sermón penitenciario, intercalando en él sendas observaciones acerca de la buena y mala crianza, de la condición de las personas y de las obligaciones que impone. No obstante, los niños recibían tan a pecho las amonestaciones paternales que, al día siguiente, se entregaban con más entusiasmo a su diversión favorita. He aquí por qué no me cansaré de recomendar que se deje seguir en esto a los niños sus naturales instintos.

Los padres que, por vivir en el centro de grandes poblaciones, no tienen a su disposición un jardín ó un lugar cubierto de césped, pueden proporcionar a sus hijos ese ejercicio fortificante en una habitación cualquiera, pasillo etc., a fin de que los pies respiren alguna vez libremente, lo misno que la cara y las manos, y aspirando aire fresco se muevan en su propio elemento.

A las clases menos acomodadas, particularmente a las que viven en el campo, no son necesarias mis recomendaciones; aunque por necesidad suelen ir descalzos, no envidian ni tienen motivo para envidiar a los más ricos burgueses que gastan botas ajustadas, herméticamente abrochadas ó cerradas, verdadero tormento de los pies, que así se ven privados del elemento más indispensable para la vida. Los necios aldeanos que imitan las afeminadas costumbres de los burgueses, llevan en sí mismos el castigo; antes en el campo iba todo el mundo descalzo, lo mismo los niños que los adultos. A pesar de la distancia que, de ordinario, separa la casa del campesino de la Iglesia o de la escuela, los niños preferían ir descalzos, aún en el rigor del invierno, llevando colgados del hombro o del brazo los zapatos y las medias que les diera la cuidadosa madre. Apenas asomaba la primavera y empezaba a derretirse la nieve de las montañas, lanzábanse gozosos todos los muchachos de la aldea, con los pies desnudos sobre la húmeda hierba y chapoteaban en los charcos, rebosando alegría y salud en todo su cuerpo.

Inútil es advertir que los que residen en grandes poblaciones y los individuos pertenecientes a la alta sociedad no pueden someterse a semejante tratamiento. Si llega su preocupación hasta el punto de creer que con solo tocar el suelo con los pies descalzos, en el momento de vestirse ó desnudarse, cogerán catarros, dolores de garganta, reuma y otras dolencias análogas, dejémosles vivir en esa creencia. Pero a los que aún tengan valor para fortificar su naturaleza, les recomendamos un breve paseo de 10 minutos a 1/2 hora, con los pies descalzos, sobre el fresco suelo de la habitación, bien sea antes de acostarse o al abandonar el lecho.

Para mitigar un poco la impresión pueden darle los primeros días con las medias puestas, después completamente descalzos y por último, aumentar la impresión, metiendo en agua fría los pies hasta el tobillo, antes del paseo, por breves momentos.

Con buena voluntad y verdadero deseo de conservar la salud, todo el mundo, aún el más aristócrata, por muy alto que sea el puesto que ocupe en la sociedad, hallará tiempo para practicar tan útil ejercicio.

Un sacerdote conocido mío pasaba todos los años algunos días en compañía de un amigo, que poseía un gran jardín. En él daba el primer paseo de la mañana con los pies descalzos, prolongando este refrigerante y saludable ejercicio mientras duraba el rezo del Breviario. Muchas veces me ponderó este sacerdote los excelentes efectos del andar descalzo.

También podría citar gran número de personas de la alta sociedad que han tenido el buen acuerdo de adoptar esta práctica, y durante la época del calor a lo menos, se retiran, a una pradera solitaria ó sombrío bosque para refrescar los pies sobre la húmeda hierba. Una de estas personas, cuyo número es aun relativamente pequeño, me aseguraba, en una ocasión, que antes apenas trascurría semana sin coger un resfriado; pero que con la sencilla práctica que acabamos de describir había perdido esa facilidad de acatarrarse y se había hecho mucho menos sensible al frío.

Réstame dirigir unas cuantas palabras a las madres, hasta que me sea dado cumplir la promesa que tengo empeñada, si Dios me concede salud y vida, de darles algunas instrucciones prácticas sobre la educación de los niños, especialmente en lo que a los ejercicios corporales atañe. Porque ellas son las llamadas, en primer lugar, a criar una generación vigorosa y robusta y a desterrar la afeminación, debilidad, anemia, afecciones nerviosas y todas esas innumerables dolencias que acortan la vida y hacen incalculables estragos en el linaje humano. El mejor medio para lograr este resultado es fortalecer, confortar la naturaleza desde sus más tiernos años. La luz, la alimentación y el vestido, son los factores que pueden emplearse principalmente como fortificantes, puesto que lo mismo los ha menester el niño que el anciano.

Cuanto más puro sea el aire que el niño respira mejor será la sangre que circule por sus venas. A fin de acostumbrar a las criaturitas a vivir en un ambiente fresco, pueden las madres tomar la costumbre de lavarles todos los días con agua fría ó bañarlas con agua soleada a continuación del baño de agua caliente. Este, por sí solo, produce debilidad y laxitud, mientras que en unión con el lavado ó baño frío robustece, fortifica y acrecienta el desarrollo corporal. El miedo y la desagradable sensación que se experimenta en un principio desaparecen al tercero ó cuarto baño; en cambio se suministra a las criaturas una coraza contra los catarros y sus perniciosas consecuencias, no sin ahorrar a las madres la molestia de forrarlos en diferentes envolturas de lana, que cierran toda entrada al aire y coartan sus movimientos.

En este particular se cometen verdaderas atrocidades con los niños. Metidos sus cuerpecitos en sofocantes estufas de lana, gimen bajo el peso de las ropas y ligaduras, que no dejan al descubierto más que una pequeña parte de la cara, puesto que se comete la torpeza, de taparles hasta los oidos y los ojos y de arrepujar el cuello de tal forma que no hay posibilidad de que penetre un átomo de aire, porque la solícita madre tiene muy buen cuidado de tapar hasta el rinconcito más pequeño por donde pudiera penetrar ese elemento de vida. ¿Quien se asombrará luego de que, con un proceder tan contrario a los más elementales principios de higiene, los catarros, las anginas de todas clases y otras mil enfermedades arrebaten a tan considerable número de niños, a quienes se ha hecho impotentes para resistir el más leve soplo de viento? ¿A quien causará maravilla que haya legiones de familias anémicas y entecas; que ocurran casos tan frecuentes de histerismo, especialmente en los jóvenes, sujetos hoy a innumerables dolencias antes desconocidas? ¿Y quien seria capaz de enumerar los males del espíritu, compañeros inseparables de un cuerpo que empieza a decaer y a descomponerse antes de llegar a su completo desarrollo, frutos podridos de un árbol mal cultivado desde su origen? Mens sana in corpore sano; sólo en un cuerpo sano vive un alma sana. El desarrollo normal de las fuerzas del cuerpo humano exige, como condición preliminar, que se fortalezca la naturaleza por medio de ejercicios como los anteriormente descritos. ¡Ojalá que las madres comprendiesen, de una vez, su misión y su responsabilidad y se atuviesen en esto a los consejos de personas inteligentes!
Fuente: hidroterapianatural.

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